domingo, 29 de abril de 2012

Angustia de un autómata para tarde de domingo

A veces uno se va alejando de sí mismo. Yo lo llamo la ausencia de uno mismo. El interior, llamémosle alma para comodidad del lector, se va vaciando paulatinamente mediante un goteo lento y tenaz. Una gota detrás de otra cayendo a la misma distancia, formando una cadena de tristeza infinita.

La vida, que antes devoramos como un helado en verano, se esfuma como se escapa el aroma de la comida de una abuela por la ventana abierta. Nos convertimos en autómatas con placa solar, marionetas que buscan manos, libros que buscan tardes de domingo.

Y enroscados en este glaciar mental donde los pensamientos se enfrían y las sonrisas suenan huecas, acabamos con la poca vida que alberga este cántaro viejo y cansado. Se fue, se fue, dicen. ¿Lo ves?, Se acabó marchando. ¿Volverá? Sí, seguro. Me dijo que volvería.